Camila O’Gorman nació en 1828, el año de la ejecución de Dorrego. Era nieta de Ana Perichón, un parentesco que en la literatura se señalará como una especie de “sino trágico”.
Adolfo Saldías la describe así: “Artista y soñadora, dada a las lecturas de esas que estimulan la ilusión hasta el devaneo, pero que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida; y librada a los impulsos de cierta independencia enérgica y desdeñosa, había llegado a creer que era demasiado estrecho el círculo fijado a las jóvenes de su época, y no menos ridículos los escrúpulos de las costumbres y las imposiciones de la moda. Continuamente se la veía dirigirse sola desde su casa a recorrer las librerías de Ibarra, La Merced o de la Independencia, en busca de libros que devoraba con ansias de sensaciones” 1.
A sus 18 años se enamoró del cura de la parroquia del Socorro, el tucumano Uladislao Gutiérrez, de 24 años. De “buena familia”, Uladislao llegó a Buenos Aires con las mejores recomendaciones por ser el sobrino del gobernador de su provincia, Celedonio Gutiérrez, aliado de Rosas. Conocerá al amor de su vida gracias a Eduardo, el hermano de Camila, con quien habían hecho el seminario. Fue en una de esas famosas tertulias de los O´Gorman donde se cruzaron las miradas por primera vez y para siempre. Ni Camila ni Uladislao quisieron contener nada, reprimir lo que les venía desde las ganas, los deseos, los sueños de ser felices a pesar de los infelices de siempre que vigilan morales ajenas sin fijarse en las propias y, por todo y contra todos, decidieron fugarse la madrugada del 12 de diciembre de 1847.
¿Quién tuvo la culpa?